LOS VIDEOCLUBS
Un lugar para soñar…
Cuando hablo de los
videoclubs, me doy cuenta de que muchos jóvenes no tuvieron la suerte de
conocerlos. Para mí, eran lugares sagrados, donde todo tenía cabida y donde
todo podía hacerse realidad.
Los videoclubs eran
un lugar para soñar. Hay que remontarse a una época muchos años atrás, donde no
existían las plataformas digitales ni teníamos acceso a miles de series y
películas en nuestra pantalla gigante del salón. Por no existir, no existía ni
internet, por tanto, la forma de comunicarse y de consumir cultura era muy
diferente a la actual.
Los videoclubs
aparecieron a principios de los años ochenta, cuando yo entraba en mi
adolescencia. Ay Dios mío, ¡la adolescencia!, qué etapa más dura y cruel para
cualquier ser humano…época de cambios, de miles de preguntas sin respuesta y de
incertidumbre constante por todo lo que te rodeaba. Bueno, tampoco ha cambiado
mucho todo esto en mi madurez, la verdad. Bueno, que me voy del tema…
Subtítulo: El auge
Los videoclubs
estuvieron en auge durante bastantes años. Eran locales donde tenías derecho a
alquilar películas o cintas de vídeo para poder ver en casa durante uno o dos
días. Eso si tenías la suerte de contar con un vídeo reproductor VHS en casa.
Pagando una asequible cuota mensual, podías alquilar todas las películas que
quisieras al mes, solo disponiendo de tu carnet de socio. Yo estaba tan
orgullosa de mi carnet…Todavía recuerdo hasta el número: 3557. Cuatro números
que me otorgaban el privilegio de ver todo el cine de estreno a mi alcance.
¡Qué más se podía pedir para ser feliz en la adolescencia!
Solía pasearme por
los distintos estantes durante horas, viendo las carátulas de pelis de
distintos géneros, y algunos estrenos recientes por los que había que pagar
algo más que la cuota de socio. Musicales, acción, aventuras, intriga,
terror…todos los carteles llamaban mi atención. Quería verlo todo.
Absolutamente todo.
Subtítulo: Mis favoritas
En el videoclub que
abrieron en mi barrio al doblar la esquina de mi casa, pude descubrir el placer
de ver el cine desde mi propio sofá. Algo que hasta entonces no se conocía. Me
encantaba ir al cine y jamás he dejado de hacerlo, hay películas que sería un
sacrilegio no ver en la pantalla grande, la magia del cine es incuestionable…Pero
por aquellos tiempos donde la economía no estaba muy boyante y yo aún no tenía
ni siquiera un trabajo precario para poder pagarme algunos caprichos; la
aparición de los videoclubs fueron como un auténtico regalo caído del cielo.
Algunas de las primeras películas que recuerdo fueron Zampo y yo, donde una jovencísima Ana Belén cantaba al ritmo del
saxofón de un payaso, mientras que mis hermanas y yo no podíamos parar de
llorar; La Joya del Nilo, Esta casa es
una ruina…Con Despedida de Soltero me
reí muchísimo, siendo cómplice de las aventuras que le ocurrían a Tom Hanks. Y
qué decir de DirtyDancing, una de mis
películas musicales favoritas.
También recuerdo una peli con la que lo pasé muy mal, la vimos mis hermanas,
mis vecinas y yo en casa, con un cojín delante de la cara intentando taparnos
la cara en las escenas más terroríficas. El sonido de las cuchillas de Freddy
Krueger en Pesadilla en Elm Street,
fue difícil de olvidar durante mucho tiempo, cuando se apagaba la luz de mi
habitación y todo quedaba a oscuras.
Subtítulo: Un lugar para soñar
Por todo esto que he
tenido la suerte de vivir, cuando el mundo analógico era lo único que teníamos,
los videoclubs fueron para mí un lugar para soñar… y concretamente el videoclub
de mi barrio, un lugar de culto. Lloré
cuando lo cerraron. Pero mientras duró, supuso un paraíso que me hizo amar el
cine, y fue todo un descubrimiento de grandes actores y películas. Y sin yo
saberlo, nació en mí una vocación que desarrollaría más adelante: la de poder
actuar sobre un escenario.
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