DÍA DE REYES
El día de Reyes nos reunimos toda la
familia en casa de mis padres, alrededor de una buena comida. Es una tradición
que llevamos haciendo desde siempre. Ahora la familia se ha ampliado, mis tres
hermanas casadas traen a sus maridos. Y también está Lucas, el hijo de mi
hermana mayor, el único sobrino y el único nieto de los abuelos por el momento.
Picoteamos algo, intercambiamos los regalos del amigo invisible, comemos el
bollo casero de mi madre y rosquillas. Prácticamente nos pasamos el día
comiendo y viendo programas cutres en la tele.
Se movía muy despacio, casi ni andaba. A
mis padres les extrañó que hubiera pasado toda la noche de pie, sin acostarse
en su cesto como siempre hacía.
Me agaché sobre el suelo para acariciarle
la cabeza y para hablarle bajito sin que nadie me oyera. Le pregunté qué le
pasaba y le miré a los ojos, fue entonces cuando lo supe.
Fue una sensación extraña, como un
escalofrío recorriendo toda la espalda. En realidad no esperaba lo que iba a
suceder, pero lo presentí, fue algo tan intenso que me resulta muy difícil
explicarlo. Otra vez la maldita intuición.
Llegó la hora de poner la mesa y mis
hermanas y yo esquivábamos a Pancho que estaba de pie en medio del
salón mientras colocábamos los platos.
Y el mundo se paró de pronto.
Pancho empezó a temblar, se calló al suelo, quedándose tumbado sobre el costado, como derrotado. Un hilo de sangre empezó a salir de su boca. El pobre empezó a gemir sobre el suelo, temblando y retorciéndose hasta que ya no le quedaron fuerzas. Fue rápido, quiero pensar que no sufrió demasiado, en unos segundos pasó todo. Igual que las cosas importantes, que pasan fugazmente, sin poder darte cuenta, sin poder saborearlas ni agarrarlas con las manos para que no se escapen.
Fue impactante para mí. Era la primera vez
que veía la muerte tan cerca.
Se nos cortó la respiración a todos. Mi
sobrino empezó a llorar y a llamar a la abuela que estaba terminando de
calentar la comida y los demás no sabíamos muy bien qué hacer.
Se escucharon gritos, llantos, la casa se
llenó de lágrimas y de sombras.
Recuerdo que mi padre envolvió a Pancho en
una mantita y que se lo llevaron al veterinario de guardia más cercano.
Recuerdo esa mirada ausente de nuestro
perro. Ese vacío que me resultó amargamente familiar.
Recuerdo ahora ese cariño que nos dio de
forma gratuita durante tantos años y ese dolor que se apoderó de aquel odioso
día de Reyes.
Me da mucha pena que mi sobrino
presenciara aquel momento, pero por otro lado, me asombró que Pancho esperara a
que estuviéramos todos reunidos para irse definitivamente. Como si intuyera lo
que le estaba pasando, como si quisiera despedirse a su manera.
Fue el primer y el último perro que hemos
tenido. Se lo compramos a mi hermana pequeña en un momento muy duro de su vida,
para que se distrajera y lo sacara a pasear. Con el paso de los años, mi
hermana se independizó y el perrito se quedó a vivir con mis padres.
Ellos sí que sintieron su pérdida.
Ese día de Reyes lo recordaremos siempre. Las personas que no tienen mascotas no logran entender la conexión tan fuerte que se establece entre un perro y su amo. Se había convertido en uno más de la familia sin apenas darnos cuenta.
Fue un día raro. Pancho vino a nuestras
vidas intentando sustituir una ausencia y once años después, en cierto modo, lo
había conseguido. Lo malo es que ahora nadie sustituiría la suya. Y todos nos
acordamos también de esa otra persona que ya no estaba con nosotros.
Por eso fue tan triste perderle.
Ya en mi casa, a solas con mis pensamientos, las lágrimas no paraban de brotar de mis ojos. Lloré hasta reventar, hasta pensar que me había desahogado del todo, lloré de impotencia y de pena. Lloré un mar. Y porque entendía que otra vez el vacío volvería durante un tiempo a instalarse en el corazón.
Lloré porque la muerte siempre estará ahí.
Pero con la distancia y con el paso de los meses, todo se ve diferente. No deja de doler cuando lo recuerdas, pero aprendes a seguir adelante con las ausencias. Pronto llegará otra Navidad, y todos nosotros pensaremos en Pancho. Y en todos los que ya no están con nosotros. Y nos sentiremos afortunados de poder disfrutar de otro día de Reyes, y también un poco tristes.
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