LA COMUNIDAD 2


LA COMUNIDAD (Segunda parte)


    Los comienzos suelen ser duros. Y mucho más cuando empiezas de cero, cuando dejas atrás todo lo que conoces y decides emprender el viaje de tu vida.

Bryan y yo no teníamos ni idea del mundo que nos esperaba y tuvimos muchas ganas y muchos intentos de volver a la Comunidad. Gracias a “dios” conseguimos sacar fuerzas para seguir adelante y ahora ya han pasado cinco años desde que abandonamos aquel extraño hogar y todo se ve de distinta manera.

Cuando salimos de nuestra ciudad, ni siquiera sabíamos las dimensiones del mundo que existía fuera. Nuestra Comunidad estaba sellada por una especie de barrera invisible, pensábamos que el resto de las Comunidades serían igual, que las personas seguirían el mismo patrón de conducta.

Nadie se había atrevido jamás a atravesar esa barrera, no porque estuviera prohibido o hubiera alguna ley al respecto, sino porque sencillamente, nadie encontró necesidad de hacerlo.
Todo el mundo era libre en cuerpo y espíritu. Podíamos decidir seguir allí o no, pero resultaba curioso  que nadie tuviera iniciativas de descubrir lo que había más allá de los límites. 
Existían unas pastillas muy eficaces contra la ansiedad y los deseos de escapar y la mayoría las tomaba para olvidar esos impulsos curiosos.

Os explicaré cómo vivíamos allí, para poder entender lo ignorantes que éramos en nuestra burbuja.
La sociedad o la estructura social la formaban dos clases:

   Los comunitarios y el gobierno controlador o los gobernantes. Los comunitarios éramos el noventa por ciento de toda la Comunidad, teníamos nuestro trabajo que normalmente nos ocupaba unas cuatro horas al día y luego nos podíamos distribuir el resto del día libre. Yo trabajaba en una emisora de radio local, informando de noticias triviales o eventos culturales.
Los gobernantes establecían las leyes por las que nos regíamos aunque básicamente teníamos grabados a fuego desde que nacíamos dos principios: felicidad y obediencia a la Comunidad.
Si no salías de las reglas, sino querías averiguar más cosas de las normales, sino tenías curiosidad y simplemente te dedicabas como ciudadano a ser feliz, jamás te encontrarías ningún problema.

Los que buscaban problemas eran la rama más despreciada de la sociedad, los denominaban “rebeldes”. Los rebeldes eran un grupo de personas que no acataban las leyes sin más, sino que cuestionaban los principios de la felicidad en los que se basaban todos nuestros cimientos y años de coexistencia.
Los rebeldes querían experimentar en sus carnes el dolor, querían saber lo que era sentir, pero no sentir felicidad sino también desgracias, sentir cosas desagradables o tristes. Eran incomprendidos, acorralados y despreciados por la mayoría. A ese grupo pertenecía Bryan. Y cuando empezamos a salir juntos, me empecé a cuestionar muchas cosas en la que antes no había reparado.

Existían unas clases de reciclaje a las que había que acudir cada mes. El primer viernes de cada mes. La asistencia era obligatoria y nuestra firma se registraba en un enorme ordenador que se actualizaba cada cierto tiempo.
En esas clases simplemente nos reunían por grupos y por edades en distintas salas y nos proyectaban una serie de imágenes y eslóganes que se repetían continuamente hasta la saciedad. Eran los principios fundamentales del gobierno, eran nuestro sello de identidad.
A mis treinta y seis años de edad, no he conseguido olvidarlos. A pesar de llevar cinco años fuera de allí, esos principios absurdos siguen grabados en mi interior.  Aparecen de pronto en mi mente, sin venir a cuento, como flash back del pasado:

La felicidad para todos es el objetivo primordial del gobierno.

La felicidad es un deber fundamental e inherente a cada comunitario.

La felicidad supone la renuncia a cualquier otro tipo de sentimiento.

Estar en contra de estas leyes supondrá el desprecio de toda la Comunidad y podrá ser perseguido y castigado por los gobernantes.

Para conseguir nuestro fin acudiremos si es necesario a medicamentos avanzados que supriman el dolor, el amor y otras molestas sensaciones.

Estará mal visto en nuestro entorno que una persona mantenga relaciones duraderas con un mismo miembro de la Comunidad.

La promiscuidad es un deber y una obligación de cada comunitario.

Las relaciones a largo plazo jamás conllevan a la felicidad y por tanto serán perjudiciales para el que las practique.

No existe motivo alguno para que alguien no quiera ser feliz. Quien se oponga a serlo, estará automáticamente obligado a cumplir las condenas estipuladas en el artículo 13.24 de nuestro gobierno.

Jamás deben cuestionarse nuestros principios ni tener pensamientos contradictorios u opuestos a ellos.

Se tomarán medidas contra todas las personas que intenten vulnerar alguna de estas leyes.

   En realidad todo parecía sencillo. La gente se pasa la vida buscando la felicidad, nosotros nacimos en un mundo donde lo normal, lo obligatorio era ser feliz, ¿por qué íbamos a cuestionar algo así?. ¿Por qué íbamos a quejarnos?.
Lo que no entendí jamás hasta que conocí a Bryan es que realmente nos estaban obligando a sentir, o mejor dicho, a no sentir nada. Nos estaban obligando a ser unos robots bien entrenados, sin capacidad de reacción para pensar por nosotros mismos.
No es bueno vivir en un mundo en el que la felicidad sea algo permanente, ni tampoco lo contrario. Son cuestiones que pueden desequilibrar al individuo.

Cada persona, en sí misma, debe experimentar tanto el dolor como el amor, tanto la tristeza como la felicidad, tanto el placer como la decepción… Debe experimentar todo tipo de emociones, como ser vivo completo, para tener conocimientos reales de la existencia.
En cuanto alguien se planteaba cosas, cómo sería llorar o sentir dolor, que te rompieran el corazón, sentirte triste, eufórico, o pasar por distintos estados de ánimo en un mismo día…si alguien se planteaba darle la vuelta a las emociones que nos obligaban a sentir, la mente se nublaba, nos bloqueábamos y una especie de alarma se activaba en nuestro interior. Era el momento adecuado de medicarse. Con un par de nuestras increíbles pastillas, las llamábamos fecinis, todas estas preocupaciones se desvanecían de la mente, y entrábamos de nuevo en un mundo sin problemas.
Los fecinis eran unos fármacos mágicos, pero anulaban la personalidad. En cuanto los tomabas, te convertías en uno más, en un comunitario sin pensamientos ni sentimientos propios.
Gracias a Bryan, cuando empezamos a salir y a vernos a escondidas, descubrí que había todo un mundo desconocido y no dominado por las pastillas. Un mundo en el que merecía la pena perderse. El precio que debíamos de pagar era caro, tendríamos que dejar nuestro hogar, pero merecería la pena. Para Bryan fue más sencillo, él había estado planeando escapar durante muchos años, tenía todos los detalles en su cabeza, él pensaba por sí mismo desde hacía mucho tiempo, exactamente desde hacía diez años, cuando decidió no tomar más fecinis.

Pero para mí todo se hacía más complicado. Yo siempre había estado muy ligada a los principios que me inculcaron desde pequeña, y nunca coincidí con nadie que estuviera en desacuerdo con ellos. Mis amigos y mi entorno diario jamás se salieron de la norma y todo era aparentemente más sencillo.
Pero con Bryan, la percepción de las cosas cambió. Recuerdo una de nuestras salidas, ya deberíamos llevar meses viéndonos, dimos un paseo por Holiday, una colina apartada del centro de la ciudad, apenas transitada pero con unas vistas increíbles.
Sentados sobre el césped, la brisa acariciaba nuestra cara y jugaba con mi pelo. Bryan me susurró al oído:
-Casi nadie sube a esta colina. Yo vengo al menos una vez a la semana. Puedo respirar y dejar libres mis pensamientos. Sentado en este mismo lugar, siempre sueño en conocer otras ciudades. Me hago miles de preguntas, divago sobre cómo serían las vidas de las demás personas fuera  de aquí…

Aquí arriba soy yo.

Sólo pude decirle:
-Jamás antes había pensado en estas cosas. Cuando alguna nube aparece por mi mente, con la medicación adecuada, me tumbo sobre mi cama y dejo de pensar. Pero ahora contigo todo es distinto

A partir de aquella tarde, nos citamos una vez por semana a escondidas en la colina, hasta que en una ocasión nos pillaron y nos interrogaron por separado delante del gobernador, para preguntarnos por nuestra relación. Nos obligaron a no vernos durante un mes entero.

Fue entonces, después de aquel interrogatorio, cuando comprendí que realmente no éramos tan libres, sino que querían controlar nuestros sentimientos o mejor dicho, querían controlar que no sintiéramos ni tomáramos nuestras propias decisiones.
Empezamos a planear nuestra huida. Cada uno por separado. Cuando terminó la vigilancia y ese eterno mes sin Bryan, volvimos a encontrarnos y a concretar todos los detalles para dejar todo atrás.

Pensábamos que no había barreras físicas que impidieran salir, pero la noche en la que huimos, nos dimos cuenta de la gran mentira en la que estábamos inmersos.
   Con escaso equipaje y con algunos ahorros, salimos de allí y atravesamos la barrera, sin más. Cuando llevábamos algunos metros andados, empezaron a sonar unas sirenas y varios gobernantes armados corrieron hacia nosotros gritándonos y obligándonos a volver.  Nos amenazaron, nos gritaban por unos altavoces que si escapábamos jamás podríamos regresar.

Me paré un instante en seco. Miré hacia atrás y unas lágrimas brotaron de mis mejillas mientras Bryan tiraba de mí para seguir corriendo. Corrimos hasta encontrarnos seguros en una calle apartada. En esa misma calle terminaron nuestros años en la Comunidad y comenzó nuestra nueva vida…


Comentarios

  1. Muy interesante ese mundo tan poco esperanzador que describes. Las leyes son simples pero directas. Nos podría costar a cualquiera escapar de tanta felicidad. El relato te deja muy intrigado con ganas de saber qué les pasará a los protagonistas. A ver cuando es la tercera parte.

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  2. Gracias por tu comentario, Alberto. Me alegra mucho que te guste ese mundo tan particular. Muy pronto la tercera entrega.

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