EL QUE ALGO QUIERE ALGO LE CUESTA
Una mujer se levantó un día
de la cama y decidió poner orden en su vida.
Se duchó, se calzó sus zapatos favoritos y salió a pasear su sonrisa.
Se planteó un objetivo,
pensó en quién quería convertirse. Y se centró en esa idea.
Esa mujer se llamaba Claudia. Gracias a su trabajo, llegó a alcanzar la fama. Esa fama que viene de repente por aparecer en televisión. Una fama que no se espera, que poco a poco iba ahogándola y haciendo que se forzara una mueca cuando a la salida de tu casa le esperaban siempre varios periodistas.
Sólo para preguntarle cómo
estaba, si tenía alguna pareja a la vista…para preguntarle por sus compañeros
de programa.
Un día, Claudia se levantó
de la cama y no tenía ganas de ir a trabajar. Pensó en lo absurdo de su rutina.
No se sentía motivada con lo que hacía. Y peor aún, no se sentía libre. Y esa
idea empezó a revolverla por dentro. Ni siquiera la infusión bien caliente de
cúrcuma con limón la alejó de aquel pensamiento persistente.
Aquel mismo día, dijo en el
trabajo que lo dejaba, que no quería seguir. Todos se sorprendieron. No
entendían su decisión. Claudia era una chica soltera, guapa, independiente. Con
aquel trabajo había conseguido reconocimiento y fama. Un buen sueldo que le
hacía no tener que preocuparse de las facturas y una buena casa en las afueras
de la ciudad. Todos los días la recogían en coche a la puerta de su casa y
aparte de tener que esquivar a unos cuantos periodistas y de ser reconocida por
la calle, tenía todos los privilegios que cualquier persona desearía.
Pero ella en su interior necesitaba un cambio. Necesitaba encontrarse a sí misma y para eso necesitaba alejarse de lo que ya no le hacía feliz.
Pensó en lo que siempre
había querido hacer en su vida. Escribir. Estar rodeada de naturaleza y
escribir. Dar largos paseos por el bosque, sentarse en la orilla de un río y
respirar aire puro. Contemplar las nubes sobre su cabeza, ver las estrellas por
la noche, leer un buen libro aprovechando el sol de la tarde…Eso es lo que
quería hacer. Y eso es lo que hizo. Sin pensárselo dos veces, sin dudar y
mirando sólo hacia adelante. Recordó que sus padres tenían un pequeño refugio
en la montaña. Ahora estaba abandonado, ningún pariente quiso hacerse cargo de
él. Ni siquiera tenía agua caliente ni electricidad, pero tampoco le haría
falta en un principio.Se trasladó al refugio. En cuestión de días organizó
todo. Sólo necesitaba una pequeña maleta con lo imprescindible. Cogería mantas,
toallas, ropa de abrigo, comida perecedera
y su vieja máquina de escribir. Para eso no necesitaba tener electricidad.
Para empezar bastaría. Ya conseguiría apañárselas.
Con el tiempo, instaló un panel solar que proporcionaba toda la energía que necesitaba la casa.
Todos los días, daba un
largo paseo hasta el pueblo más cercano. Charlaba con la dueña de la única
tienda que había y que era a la vez frutería, carnicería, droguería, panadería…
Se paraba a hablar con los ancianos que estaban sentados en la plaza. Era
anónima para ellos, era feliz. Con los ahorros que tenía, y con lo poco que
necesitaba para vivir fue emprendiendo un nuevo camino. Plantó su huerto,
disfrutó del placer de cosechar tus propios alimentos. Disfrutó como nunca del
silencio de la naturaleza, de todo lo que ella le brindaba tan generosamente.
Pasó un día, y otro día. Pasó una semana y otra semana. Pasó un mes y otro mes.
Y un día cualquiera se
levantó como siempre y sonrió dándose cuenta de que por fin lo había
conseguido. El sol entraba por la ventana y descubrió que ya no habría días
grises para ella.
Consiguió terminar su libro y consiguió encontrarse a sí misma.
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