AUNQUE LA MONA SE VISTA DE SEDA, MONA SE QUEDA

 


   Ya llegaba tarde a mi cita. Estuve toda la tarde decidiendo qué ponerme, qué peinado hacerme, probando distintos maquillajes.

Me puse música relajante mientras me di un buen baño.

Tumbada en la bañera, empecé a recordar el momento en el que sucedió. Detalle por detalle, para recrearme en ese recuerdo que quería conservar en mi memoria para siempre.

refranes


Yo estaba en clase de gimnasia, el profesor había tenido la genial idea de utilizar la pista de baloncesto para empezar a tirar canastas y ver si descubría alguna futura promesa. Estaba claro que yo no sería, porque siempre se me dieron mal los deportes. 
Hacía muy buen tiempo, así que salimos a las pistas abiertas al aire libre.

El corazón empezó a latirme a mil por hora cuando descubrí que la otra mitad de la pista la ocupaban los chicos de tercero, los mayores. Y entre ellos, allí estaba él. Con una camiseta muy ajustada y regateando con sus compañeros hasta encestar casi todas las canastas.

Se llamaba Raúl. Era uno de los chicos más populares del instituto, sobre todo porque jugaba en el equipo de baloncesto y parece ser que en la liga local, no íbamos mal gracias a él. En los dos años que llevábamos en el mismo instituto, apenas habíamos cruzado dos palabras. Alguna vez en los pasillos me había saludado, cosa que yo interpreté como un error. Y en una fiesta en el gimnasio me pidió bailar una lenta. Pero yo me puse tan nerviosa que no pude ni pronunciar palabra y salí corriendo. Así sin más. Menuda cría le debí parecer.

No podía dejar de mirarle, pero no sabía que él me estaba mirando a mí cuando intentaba lanzar a canasta fallando todos los tiros.

Después de la clase, a la salida, ocurrió. Estaba con Martina, mi mejor amiga. Saliendo por la puerta principal, noto que alguien se acerca por detrás y me da unos golpecitos en el hombro.

Me giro y allí está él. Raúl Mercado. El chico más mono de todo el instituto.

 

-Te he visto en las pistas…creo que tienes madera, sólo te faltan algunas clases y perfeccionar el tiro.

 Esta vez no salí corriendo ni me quedé callada.

 -Creo que me harían falta más que unas clases…

-¿Te llamabas Julia, verdad? He leído tu relato, con el que ganaste el concurso…

Ahí me dejó fuera de juego.

-No sabía que te gustaba la literatura. Sí, soy Julia y tú…eres Raúl, claro.

-Sí. También me gusta leer aparte de jugar al baloncesto. ¿Una sorpresa, verdad?

 Nos reímos los dos y Martina que se había quedado clavada al suelo sin poder abrir la boca, reaccionó de pronto y dijo que tenía prisa y que luego me llamaría. Y nos dejó solos.

 -Yo también me tengo que ir…no sé por qué habrá salido corriendo.

-Tú también saliste corriendo una vez en una fiesta…

 Empecé a sonrojarme como una niña pequeña, lo noté.

 -Vaya, todavía recuerdas aquel episodio bochornoso…no sé por qué lo hice. A veces hago cosas impulsivamente.

 Él sonrió.

 -Eso está bien. Oye, te propongo algo impulsivo. ¿Te apetece ir al cine el sábado por la tarde? He visto que ponen una en los Cines Ideal de Tom Hanks, Big. Puede estar entretenida… Y así podemos hablar de cine y de tu relato. Me gustaría.

 Asentí con la cabeza. Notaba que me empezaba a faltar el aire y las palabras.

 -Antes de que salgas corriendo otra vez, el Sábado a las ocho en la puerta de los cines, ¿te parece?

 Volví a asentir con la cabeza y aceleré el paso hasta mi casa.

Tenía una cita con Raúl. Él se había fijado en mí y me lo había propuesto. Había leído mi relato y sabía quién era. A veces la vida te sorprende, y hace que los astros se alineen entre sí para que ocurran hechos increíbles.

Y allí estaba yo, arreglándome para Raúl, y para mí misma. Porque en ese mismo momento empecé a valorarme más, a darme cuenta de que era alguien importante, con personalidad. Fuera bien o mal la cita, allí estaba yo, dispuesta a comerme el mundo y a ser yo misma, con eso era suficiente.

Me miré en el espejo que me devolvió un beso de aprobación y salí por la puerta de mi habitación. En el salón le pregunté.

refranes


 -¿Cómo estoy, abuelo?

 Él me miró de arriba abajo y dijo uno de sus refranes.

 -Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

 

Me quedé unos segundos sin decir nada y terminamos los dos riéndonos a carcajadas. Mi abuelo y sus refranes, él siempre conseguía hacerme reír.

Comentarios

  1. Me encantó, el relato, muy emotivo.

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    1. Muchas gracias Lorena. Mis abuelos me dejaron como legado sus refranes...y siempre me acuerdo de ellos.

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