LOS MUSICALES. OTRA FORMA DE VER LA VIDA.
La música transmite miles de sensaciones distintas. Nos ayuda a relajarnos, a motivarnos, a liberar tensiones. Y también consigue evadirnos de la realidad para entrar en otros mundos. Pero, ¿alguna vez habéis imaginado que la vida fuera como en un musical?
Podríamos expresar cualquier estado de ánimo
cantando. Que estás triste por una mala noticia o te acaban de romper el
corazón, pues a cantar. Que estás tan enamorado y tan feliz que sientes que vas
flotando entre nubes, pues a cantar…
Así son los musicales. Un género importado de América, que nació en 1927 con el estreno de la primera película sonora El Cantor de Jazz, de Alan Crosland. Los años 30 fueron la época dorada donde el musical alcanzó su mayor auge en Hollywood. Con intérpretes como Fred Astaire y Ginger Rogers, que nos hacían soñar al son de sus bailes. No podemos olvidarnos del actor, bailarín y productor Gene Kelly. El gran Gene Kelly, que protagonizó posiblemente el musical más famoso de la historia: Cantando bajo la lluvia (1952).
Fuera de la gran pantalla, la primera pieza de teatro musical fue representada en un viejo teatro de Brodway, "The Black Crook" en 1866. Brodway se ha convertido en referencia del género musical y en una sola calle se concentran más de cuarenta teatros donde se pueden ver los musicales más famosos de todo el mundo.
Me gustaría en este post no centrarme en los datos sino en el corazón,
en compartir con vosotros algunos de los musicales que me han marcado. Aunque
será difícil porque he visto muchos y muy buenos. Algunos sólo se crearon para su representación en teatros; otros sólo se proyectaron en cines. Y otros como "Dirty Dancing" adaptaron la película a formato musical para llevar la magia a los teatros.
Hoy no me puedo levantar. Fui con mis antiguos compañeros de trabajo. Un regalo de empresa, por
el cincuenta aniversario. Recuerdo la nostalgia de la adolescencia, risas,
canciones míticas de Mecano, lágrimas en la butaca. Muchas emociones juntas y
sensaciones que me llevaron de lleno a los ochenta.
Dirty Dancing. Un regalo de aniversario para mis padres,
aunque el regalo me lo llevé yo. Había visto mil veces la película pero el
musical no me defraudó. Era como ver la película en directo. Puesta en escena
espectacular, bailarines de primera, historia de amor entre Johnny y Baby con
salto final incluido y orquesta en directo. El melancólico sonido del saxo
todavía retumba en mi mente.
Billy Elliot. Mensaje claro y conciso. Con talento,
constancia y confianza en ti mismo, puedes llegar al cielo. A pesar de todas
las circunstancias adversas. Una oda a los sueños que pueden hacerse realidad y
un niño coraje del que te enamoras a la fuerza. Los zapatos de claquet sonando
sobre el escenario y ese brillo en los ojos del protagonista.
Moulin Rouge. Sesión de cine con mi hermana y su novio. Regalo sorpresa que no podré olvidar cuando pienso en él, que ya no está con nosotros. Imagino que sigue tocando su saxo allá arriba, para Satine y para todo el elenco.
La La Land. Un musical atípico, el final no es quizás el más onírico o esperado.
Pero sí el más realista, una punzada en el corazón. Mientras ese piano no deja
de sonar, mientras en nuestra imaginación resuena una historia imposible que
podía haber sido realidad. Fantástica banda sonora que jamás me cansaré de
escuchar ¿A quién no le gustaría vivir en la ciudad de las estrellas?
Lo más importante es no dejar de sentir ni de soñar. Y eso es lo que consigue un buen musical, hacernos soñar. Y si tienes la oportunidad de verlo desde la butaca de un teatro en directo, las emociones se multiplican por mil.
No hay nada malo en cantar cuando a uno le apetezca y expresar lo que sienta cantando. Eso sí, sabiendo distinguir entre realidad y ficción. Aquí, ahora y para siempre, me declaro fan absoluta de los musicales.
Al final, tanto en
la vida como en el escenario, el espectáculo siempre debe continuar…
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