Una lectura obligatoria. CANCIÓN DE NAVIDAD

Recuerdo que fue uno de los primeros libros que leí. Era de lectura obligatoria en el colegio. Y como todo lo que a priori es obligado, no era lo que más me apetecía hacer del mundo. Yo era adolescente, de eso sí me acuerdo. Y los adolescentes tenemos tantas preocupaciones y tantas cosas trascendentales en las que pensar… 

Lo primero en lo que me fijé fue en el número de páginas que tenía el libro: la friolera de ciento cincuenta y cinco páginas; aunque la letra era gorda y había algunas ilustraciones. En la portada aparecía el título: Cuentos de Navidad. De Charles Dickens. Incluía dos cuentos y el primero de ellos llamado Canción de Navidad era el que teníamos que leer y hacer un trabajo sobre él. Me quedé mirando fijamente la imagen de un fantasma que ocupaba casi toda la portada, su cuerpo era semitransparente, se podía ver la pared a través de él. El espíritu llevaba un camisón largo blanco hasta los pies, una flor en la mano y una corona de espinas en la cabeza. Su pelo era largo y castaño y le caía hasta debajo de los hombros. Aquel fantasma me resultó familiar, como si le hubiera visto en alguna otra parte. Qué tontería. 

Además del fantasma que estaba dentro de una habitación, se podía ver que la puerta del cuarto estaba abierta, había un candelabro colgado de la pared y un cuadro. Y mirando a aquella aparición, la cabeza de una persona asomaba por encima de las mantas, una persona a la que no se le veía la cara. Estaba de espaldas y miraba desde una cama a aquel ser extraño, que le había despertado de su sueño. Deduje que sería un hombre por las canas, llevaba puesto un gorro rojo al estilo de papá Noel, con una bola de algodón blanca en la punta. 

Al principio solo las palabras de lectura obligatoria, eran las que se empeñaban en permanecer en mi mente. Mirando la portada no tenía ni idea de en qué aventura me iba a embarcar. Ni tampoco sabía que el señor Scrooge me descubriría muchas cosas sobre mí misma y que su recuerdo permanecería en mí durante mucho tiempo. Así se llamaba el protagonista de esta historia, Scrooge. Empecé a leer con curiosidad y enseguida conecté con él, un viejo gruñón al que solo le importaba el dinero. 

Yo por aquellos tiempos sólo ansiaba poder tener mi propio dinero y no tener que depender económicamente de mis padres. Pero aún era demasiado joven para trabajar. El caso es que el fantasma de la portada me produjo curiosidad y comencé el libro con ganas de saber qué le pasaría a Scrooge. Cuando el espectro de su socio fallecido Jacobo Marley, le anunció que se le aparecerían tres fantasmas, el del pasado, el del presente y el del futuro, ya no podía estar más enganchada. Devoré sus páginas. Me vi inmersa en un invierno gris, en una historia triste de un viejo avaro y sin humanidad y en el paseo por su vida de la mano de esos fantasmas. 



Divagaba sobre cómo serían mis propios fantasmas y sobre todo quería saber cómo sería mi futuro. Y cómo acabaría aquel cuento. La gran moraleja final no supe apreciarla hasta mucho más adelante. La importancia de los afectos, de estar rodeado de personas que te quieren, el poder del amor que es lo más valioso del mundo, que cualquier otro tesoro. Pero esta lectura obligatoria en el colegio, me inició en el mundo como lectora, me picó la curiosidad para seguir leyendo, para seguir aprendiendo de los libros. Y este libro me transformó igual que los fantasmas transformaron al señor Scrooge. Igual que todos los libros transformarán el mundo.

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