DONDE HUBO FUEGO...
Estuve
dudando varios días si acudir o no al reencuentro.
La
verdad es que me hizo ilusión volver a saber sobre algunos amigos del instituto
con los que había perdido todo contacto. Habían pasado muchas cosas, habían
pasado muchas vidas desde aquellos años donde los problemas parecían mucho más
grandes de lo que en realidad eran.
Para mí
la época del instituto fue todo un descubrimiento. Empecé a tener convicciones
y valores propios, empecé a sentirme libre y a tomar mis propias decisiones
importantes en la vida. Qué seguir estudiando, mi primer viaje a Europa fuera
de España para conocer otras culturas y que despertó en mí el amor por viajar,
las primeras decepciones amorosas y el primer amor… Tantas cosas nuevas, tantas
emociones que costaba abarcarlas todas a la vez.
La reunión
tendría lugar en un restaurante mexicano en el centro de Madrid. Después,
alquilaríamos un pub para bailar y tomar algo. Lo reservamos solo para nosotros
y en el local se pinchaba música de los ochenta. Al ver que él no confirmó asistencia,
me relajé y decidí apuntarme al evento.
Él era
David, mi primer amor de instituto, fue mi mejor amigo y confidente. Nos
entendíamos tan bien y nos reíamos tanto que siempre recordaba aquella época
con mucho cariño. Al final todo se complicó, todo se confundió y la amistad se
perdió entre los dos. Sé que fue culpa mía por mi inexperiencia, por mi error
de confundir amor y amistad…pero él siempre sería alguien importante para mí. A
pesar de todo, me relajé al ver que no
iba a acudir a la cena.
Llegó
el gran día. Elegí un vestido para la ocasión bastante sencillo y me maquillé
cuidadosamente, resaltando mis ojos.
La cena
transcurrió sin sobresaltos. Con muchas risas, muchos recuerdos del pasado, del
viaje de fin de curso. Me senté con una de mis mejores amigas del instituto,
Gema. Y nos estuvimos poniendo al día de nuestras vidas. Tenía un hijo de cinco
años y acababa de divorciarse de su marido.
¡Dios
mío! Yo la miraba a la cara y miraba a todos los demás y pensaba de verdad que
no habían pasado casi treinta años desde aquella época adolescente. No podía
ser verdad que hubiéramos transitado por caminos tan diferentes. Muchas de mis amigas
de entonces tenían varios niños, estaban separadas, o eran madres solteras. Eso
sí, supieron salir adelante y mantener sus trabajos y a sus hijos, las admiré
al instante. Yo y otra chica a la que no conocía mucho éramos las únicas
solteras y sin descendencia. En cuanto a los chicos, cuánto habían cambiado
físicamente… La mayoría calvos o con barrigas incipientes cerveceras. Pocos
conservaban un cuerpo atlético o de gimnasio; no podía decirse que se cuidaran
mucho. Pero sí parecían felices en sus puestos estables de trabajo y con sus
parejas. La cena transcurrió entre risas y anécdotas del pasado y después
animados por el alcohol nos fuimos al local que habíamos alquilado entre todos.
La
música acabó de transportarme aún más a aquella época de libertad y de miedos.
Sonó una canción de Los Rebeldes y Gema
y yo, que estábamos hablando en un reservado, saltamos a la pista sin pensarlo dos veces.
Allí
estaba yo tan tranquila en medio de la pista de baile. Con mi amiga del
instituto con la que volvía a tener una relación, un reencuentro muy agradable.
Tranquila porque David no había acudido a la cena así que no había peligro.
Pero de
pronto vi que a Gema le cambiaba la cara y me hacía señas que no entendía.
Empecé a reírme y ella no paraba de seguir haciendo señas. Entonces volví la
cabeza, me giré y le vi justo detrás de mí. Allí estaba David, esperando a que dejara de bailar para
saludarme. El reloj empezó a dar vueltas hacia atrás hasta pararse en una fiesta
del instituto casi treinta años atrás. Él me sonrió, y esperó a que yo
reaccionara. Le saludamos Gema y yo y en ese momento la música de Los Rebeldes dio paso a una balada de
Sergio Dalma ¡Qué oportuna!
Mientras me preguntaba que si bailaba con él
por los viejos tiempos y yo seguía clavada en el suelo, algo se avivó en mi
interior.
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