QUIEN CANTA SU MAL ESPANTA
Los
vecinos sabían perfectamente cuándo le pasaba algo a Lola. Si algo le
preocupaba o le rondaba persistentemente en la cabeza. Porque le daba por
cantar, cantaba tan alto que podía escucharse en todo el edificio. Lo hacía en
la ducha, gritando a los cuatro vientos. Mientras tendía la ropa en el patio
comunitario, lo hacía bajando las escaleras saltando los escalones de dos en
dos. Lo hacía en la cocina con la ventana abierta, aireando sus notas y sus
aromas…
Lo que los
vecinos no sabían era lo que la música significaba para ella.
Su
habitación era su santuario. Donde conseguía la inspiración que necesitaba para
sus canciones. Estaba decorada con un gusto exquisito: pósters bien enmarcados
de sus cantantes y grupos favoritos. Debajo de la ventana que daba a un parque, un
escritorio enorme con sus cuadernos de notas, sus bolígrafos de colores, su
portátil y su flexo. Tenía también una silla de despacho frente al escritorio. Una
cama reinaba en el centro de la estancia con un edredón multicolor y una pequeña
mesilla de noche al lado. Sobre la mesilla, una lámpara que proyectaba
estrellas en el techo. Al otro lado de la cama, un sillón muy cómodo invitaba a
perderse en él. Y encima del cabecero, una estantería moderna en forma de luna estaba
repleta de libros. Al lado de la ventana, había un pequeño armario ropero sin
puertas. Una especie de perchero lleno de vestidos, camisas y pantalones al
descubierto. Y como no, su vieja guitarra tenía su lugar de honor en un rincón
de la habitación, cuidadosamente colocada sobre un pequeño puf redondo. No
podía ser más acogedora.
Lola vivía
sola en un pequeño estudio con cocina americana en el salón, su
habitación-santuario y un baño con una ducha minúscula, en un barrio de las afueras de la ciudad. En su bloque, un
edificio de cuatro pisos, casi todos los inquilinos llevaban muchos más años
que ella viviendo allí. Todos se conocían y se ayudaban cuando tenían
problemas. Acogieron a Lola con los brazos abiertos desde el primer día. Para
poder pagar el alquiler, trabajaba de cajera en un supermercado del barrio. Y
en algunas ocasiones también hacía de canguro cuidando los niños de sus vecinos
o de algún conocido.
Desde que
tuvo uso de razón un sueño le rondaba por la cabeza: quería ser artista. Nació
con un don para componer canciones, y sabía cantar muy bien. Su timbre de voz
era único y muy diferente a lo convencional. Cuando estaba encerrada en su
habitación, mirando las estrellas del techo sobre su cabeza…a veces pensaba en
la chica de pueblo que dejó atrás. En sus primeros días en Madrid, sola, sin el
apoyo de su familia, con una decente herencia en el bolsillo de su tía segunda
y sin saber por dónde empezar. Sola frente a sus sueños y frente al mundo, se
sentía tan pequeña... Los comienzos en la gran ciudad fueron muy duros y tras muchos
intentos y fracasos, se fueron acabando los ahorros. Llamó a muchas puertas que
no se abrieron. Presentó sus maquetas en emisoras de radio, productoras…Sin ningún
éxito. Tuvo que dejar su sueño aparcado.
Llevaba
cinco años en Madrid y todavía no había llegado su momento. Pero llegaría. Ella
no dejó de creer en sí misma y nunca dejaba de cantar ni de componer. No tenía
mucho tiempo libre pero hizo algunos amigos entre sus vecinos y los compañeros
del súper. Un día quedó con sus amigos para ver un concierto de música country
en el centro. Y allí ocurrió algo inesperado.
En un
descanso del grupo que estaba actuando, el dueño del bar se fue hacia el
pequeño escenario y dijo las palabras mágicas.
-Muchísimas
gracias a todos por venir. Espero que estéis disfrutando de la actuación…bla bla bla. Os anuncio que a partir de
este momento tenemos micrófono abierto para cualquiera de vosotros. Si hay
algún artista entre el público que quiera contar un chiste o cantar algo…
¡ahora o nunca!
A Lola se
le iluminaron los ojos. Los amigos empezaron a vitorearla y a animarla a subir
a escena y ella lo dudó unos minutos pero sus pies la empujaron hacia el
escenario. No se había preparado nada pero tenía tantas canciones en su cabeza
y en su alma… Se armó de valor y se puso delante de unas cien personas mientras
que un foco molesto le iluminaba toda la cara. Cerró los ojos y respiró hondo.
Se concentró y cantó una de sus canciones a capela. Cantó como nunca lo había
hecho antes, con todos los poros de su piel. Aquello fue el comienzo.
Al
día siguiente la vecina del segundo, Clarita, a la abordó mientras cerraba la
puerta de su casa, cantando por Rocío Jurado.
Lola se sorprendió y cuando le preguntó que por qué cantaba tanto ella sólo
pudo sonreír y responder:
-Clarita,
cariño, quien canta su mal espanta.
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