Desde siempre me ha gustado el
teatro. He creado varios proyectos, he superado el miedo de subirme a un
escenario, he conseguido romper algunas barreras y conocer mucho de mí misma,
pero el mundo del clown siempre me ha infundido mucho respeto. Por eso un día
decidí hacer un curso intensivo. Doce horas de mi vida, durante un fin de
semana. Y descubrí algo mágico.
Llegas a un sitio desconocido, sin
saber qué te vas a encontrar, con un poco de miedo y muy pocas expectativas. La
vida te enseña que no esperas nada, siempre aprendes mucho más, todo lo que te
llevas por el camino, por poco que sea, puede convertirse en oro... Fueron unas
horas muy intensas, tuvimos la suerte de ser un grupo reducido, seis personas
contando al profesor, y así aprovechamos al máximo todas las oportunidades de
salir a escena, de hacer ejercicios y de aprender.

…Un biombo plantado en medio de una
enorme sala cuadrada. En el techo cuelgan sábanas de colores y arneses
para hacer acrobacias. Una luz tenue ilumina el biombo y un banco alargado y de
madera está colocado a unos metros de él, dispuesto a ser ocupado por el resto
de la clase. El ejercicio no puede ser más sencillo y a la vez más desafiante.
Hay que colocarse detrás del biombo, hay que salir de él, plantarse en mitad
del fingido escenario, pararse y mirar al público, a los ojos, uno a uno.
Retener esa sensación y después marcharse para desaparecer detrás del biombo
sin dejar de mirar a los espectadores. Algo aparentemente inocente. Mirar a los
ojos de la gente, tomar consciencia de dónde estás, de que todos te están
mirando, saber canalizar todas las emociones y sensaciones que pasan delante de
ti en ese preciso instante. ¿Sencillo?...
El profesor nos hizo pasar uno a uno
por ese momento tan extraño. Y a continuación repetimos el mismo ejercicio pero
con una pequeña diferencia. Hacer exactamente lo mismo pero con la nariz de clown
puesta. Una máscara minúscula que apenas tapa una pequeña parte del rostro,
pero que revela muchas cosas de la persona que la lleva.
Las sensaciones fueron totalmente
distintas. Con esa pequeña nariz te sientes transformada, otra persona. Te
sientes más libre, con menos vergüenza para hacer el tonto, para dejarte
llevar. Las facciones de tu cara cambian, tu actitud delante de la gente, tus
movimientos e incluso tu postura. Adoptas más seguridad, transmites parte de ti
sin darte cuenta, sin pretenderlo. Tus ojos y tu mirada es más ingenua, más
divertida. Es increíble lo que esa máscara tan insignificante logra
transformar.
Empezamos con ese ejercicio simple y
seguimos con muchos más, utilizando la música, diferentes objetos, el cuerpo,
la expresión corporal, la imaginación, la capacidad de inventar historias, la
improvisación, la coordinación, la voz, compartiendo todo tipo de sensaciones
con los compañeros.
He descubierto que hay cualidades
que uno mismo no ve pero que sin querer, cuando te dejas llevar, transmites a
los demás, como mi propia sensualidad…
He descubierto lo que es ser
consciente de estar encima de un escenario, SENTIR en mayúsculas las
miradas sobre ti y mirar a los ojos de la gente.
He descubierto que puedes crear
lazos y conexiones con personas que acabas de conocer.
He descubierto que primero hay que
tomar consciencia de todo lo que te rodea y de tus propias emociones y
sentimientos antes de compartirlas con los demás.
He descubierto que en la vida hay que
aprender a tomarse las cosas de otra manera, hay que saborearlas, tomarte tu
tiempo y mirar a tu alrededor, observar, escuchar, perder el tiempo en jugar,
disfrutar de los pequeños detalles. Darte cuenta que hasta en los hechos
cotidianos puedes encontrar algo diferente cada día.
He descubierto que al mundo del clown
le sigo teniendo respeto, que muy difícil controlar el lenguaje gestual, hablar
sin decir nada…
He descubierto sobre todo, que todos
somos unos payasos detrás de unas pequeñas máscaras, y que cuando por fin lo
aceptas, puede ser maravilloso.
¿Se pueden descubrir tantas cosas en
un curso de clown?
Por supuesto que sí. Y muchas más… Para mí fue una mágica
lección.
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