SISTERS ( II)






Desde muy pequeñas nos acostumbramos a compartirlo todo.
Me espantan los niños que no saben jugar con los demás niños, los que logran conseguir todo lo que quieren, los que sienten celos de sus hermanos pequeños porque ya no son el centro de atención. Los que aprenden desde enanos que lo único que importa es ganar. Es algo que no entenderé. Hay que saber que perder forma parte de la vida, y que hay que tropezarse muchas veces para levantarte con más fuerza.

Nosotras lo compartíamos todo. Juguetes, vestidos que pasaban de unas a otras, secretos y hasta los profesores del colegio.
Y también éramos compañeras de juegos. Salíamos a la calle, con el bocadillo de salchichas o de atún con tomate y nos sentábamos todos los vecinos (mayores y menos mayores) a jugar a un pasacalles, al escondite o a beso, atrevimiento o verdad. Esa era nuestra rutina diaria en verano. Sé que eran otros tiempos, pero me alegro de haberlos vivido. 
Me alegra haber vivido en una época sin internet, sin móviles ni playstation. Donde salíamos a jugar a la calle al juego que estuviera de moda: la cuerda, la goma, los recortables, el rescate, las cartas...donde convivíamos en comunidad, ayudándonos unos a otros. Donde los vecinos tenían una copia de las llaves de nuestra casa y entraban a regar las plantas cuando estábamos de vacaciones.
Recuerdo los viernes por la noche después del colegio. Mamá nos bañaba juntas de dos en dos para cenar temprano y sentarnos frente a la televisión a ver embobadas el Un, Dos, Tres. Era el único día de la semana que nos dejaban trasnochar y éramos felices soñando con el escaparate final y viendo danzar a las bailarinas. Siendo un poco más mayores, solíamos ver alguna película alquilada en el videoclub todas juntas en el salón, muchas veces llamábamos a algunas amigas, las vecinas del piso de al lado, para que se unieran a nosotras si la peli era alguna de miedo. Como Pesadilla en Elm Street.
Sin apenas darnos cuenta, las cuatro fuimos creciendo. Nuestras inquietudes de chiquillas y adolescentes dieron paso a las primeras decisiones difíciles, a los primeros ligues, a las primeras grandes peleas y a las primeras preocupaciones de futuras chicas adultas. Y como no, a las primeras decepciones. La realidad, seguía pasando y haciendo que cada una quisiera tomar un camino diferente. Porque éramos diferentes.

I.M. La mayor. Encargada de abrirnos las puertas a las demás y hacernos el camino más fácil. Fuerte y luchadora. Se encaraba a los padres y como todos los jóvenes, quería crecer deprisa. Yo la admiraba. Parecía tener siempre los pies en la tierra, tenía claro lo que quería hacer o al menos lo que le gustaba. Tantos años compartiendo la misma habitación había creado un vínculo especial entre las dos, disfrutaba cuando me contaba sus cosas recostadas sobre la cama de la litera de abajo. Con el paso del tiempo, su vida fue cambiando, maduró y después de muchos años con su novio de siempre, decidió casarse y formar una familia. Tener un hijo se convirtió en su principal ilusión y también en una frustración al pasar el tiempo y no poder conseguirlo. Pero superando todas las adversidades, el pequeño L. nació y llenó su mundo de luz. Fue un hijo muy deseado, pero de eso también hace mucho tiempo. Ahora está entrando en la adolescencia y los inquietudes que ella vivió en esa época se vuelven a reflejar en L. Y todo ha cambiado, la época, su matrimonio...

A.M. Quizás la más independiente de las cuatro, la que menos parecía depender de nada ni de nadie. Su inteligencia le daba para sacar muy  buenas notas sin tener que esforzarse en exceso. Se empeñó en estudiar una ingeniería y lo consiguió. Ya apuntaba maneras cuando se encargaba de arreglar todos los aparatos eléctricos que se estropeaban en casa. Y yo sin aprender nunca ni a programar el vídeo. Uf. También se enamoró muy pronto para mi gusto. Y también se casó. Después de media vida juntos, se separaron, pero de forma muy civilizada porque siempre les unirá un cariño forjado desde hace años. A.M. encontró a otra persona y siguió adelante. Incluso se trasladó a vivir al centro, más lejos de la familia. Cuando estábamos juntas, todos decían que era la más guapa.

CH.M, La pequeña. La que siempre ha tenido más genio y carácter. Rebelde sin causa, aparentemente valiente como un león, pero muy frágil por dentro. Alegre a su manera, intensa. Tenía ya todo el camino despejado, sin embargo, la vida le golpeó con fuerza. Le enseño un buen día que todo puede cambiar de golpe, que la tragedia puede irrumpir sin avisar, arañándote el corazón, vaciándote del todo. Conoció el significado de la muerte, el verdadero y negro significado de ver morir a la persona que amaba. Creo que después de aquello, siempre habrá un antes y un después en nuestras vidas, y por supuesto, en la suya. Hay sucesos que inevitablemente te marcan a fuego, que te cambian el alma.  
Ahora su hija V. es el sol de su vida. Mi pequeña C.H.M. A la que me gustaría siempre proteger de cualquier mal.
.

Y por último yo, M.M. 




Comentarios

  1. ¡Como me hubiera gustado a mi compartir todas esas cosas que tu hiciste con tus hermanas! Los dos éramos diferentes y la edad quizás nos separaba demasiado. Yo espero a partir de ahora, ya adultos, que podamos compartir otras cosas por delante (los dos hemos cambiado) y no solo un lazo de sangre. Gracias por tu relato.

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