LA COMUNIDAD 3





LA COMUNIDAD (Tercera parte)

  

   No olvidaré jamás el nombre de esa calle, la primera calle fuera de nuestro pequeño mundo. Su nombre era Calle Encuentro.
Muy simbólico.
Exhaustos sobre la acera, tuvimos que respirar varias veces profundamente para hacernos cargo de nuestra nueva situación y de todo lo que nos rodeaba.
Descansamos un buen rato, sin más. Observando con detenimiento el lugar.
La calle en la que estábamos se encontraba vacía. Era un oscuro callejón que terminaba en una especie de cruce donde se vislumbraban muchas luces y ruidos de coches circulando.
Nos fundimos en un largo abrazo, sin hablar, sin saber hacia dónde dirigir nuestros pasos pero por fin libres de verdad. Sin ataduras y sin prohibiciones absurdas.

Después de un buen rato sentados en la acera, decidimos seguir caminando hacia lo que sería alguna avenida principal. El primer paso era saber dónde estábamos y con qué clase de gente nos encontraríamos. Podría ser que estuviéramos en otra Comunidad parecida o idéntica a la nuestra.

Caminamos unos minutos cogidos de la mano, dubitativos y silenciosos.
Nuestros pasos nos llevaron lentamente a la gran avenida.

   En la Comunidad no existía el caos de tráfico y de transeúntes caminando a toda velocidad a ambos lados de la calle. Los coches se pitaban, las personas tropezaban unas con otras pero seguían rápidamente su camino. No se paraban a conversar.
Había muchas tiendas iluminadas, con potentes fluorescentes, llamando nuestra atención. Pero sólo nosotros parecíamos apreciarlo.
La noche estaba ya cerrada, las farolas iluminaban con fuerza. Aquella no era una ciudad como la nuestra, estábamos descubriendo otra forma de vida.
En la Comunidad existía el toque de queda, nadie podía salir de sus casas a partir de la medianoche, a no ser que fuera por una causa muy justificada, y los gobernantes acudirían inmediatamente a comprobar que  lo era.
El orden era casi un mandamiento, nadie tenía prisa por nada. Nadie se estresaba porque los horarios de nuestras vidas y rutinas estaban totalmente controlados.
El trabajo se llevaba a cabo sin ninguna presión, y  el tiempo que teníamos para nosotros, casi siempre  lo dedicábamos a estar  “drogados” intentando no pensar en nada. Todo era sencillo. Un organismo aparentemente sencillo, una forma de entender la felicidad.

Pero aquello…aquello era la antítesis de lo que conocíamos. Era el caos absoluto, el ruido, el ajetreo, la gente alegre o enfadada, las prisas, las luces, las cabezas inmersas en sus pensamientos…Y por raro que parezca, nos gustó esa sensación de angustia vital, esa sensación de ser nosotros mismos los que controlaríamos todo lo que nos pasara a partir de ese momento. Arriesgándonos a pasarlo mal, pero también arriesgándonos  a sentir y a vivir, por fin.

    En lo alto de una fachada de la gran avenida reinaba un letrero, el nombre de esa inmensa calle que se extendía hasta donde no podían llegar nuestras miradas…Avenida Victoria. Bryan me miró muy serio, su expresión hizo que estallara en carcajadas. Parecía que alguien iba colgando el nombre de las calles justo cuando pasábamos por ellas, eran como el reflejo de nuestra historia  ¿Realmente habríamos conseguido alguna victoria? ¿Habríamos vencido? Estaba todo por hacer.
Seguimos andando cogidos de la mano, descubriendo letreros y más letreros, tiendas, teatros, pequeños centros comerciales, a cada paso había un comercio diferente.
Paramos en un bar a comer algo, le preguntamos al camarero dónde había un hostal cercano para poder instalarnos y también en qué ciudad estábamos.
Su cara era todo un poema.

-¿De dónde habéis salido vosotros? ¿No sabéis en qué ciudad estáis?

-Es una historia muy larga, nosotros hemos vivido siempre en…-empecé a hablar pero Bryan me interrumpió de golpe.

-Somos turistas, hemos recorrido a pie varias rutas y la verdad es que confundimos el nombre de las ciudades donde nos alojamos. Somos trotamundos, ya sabe, no tenemos un destino fijo…-me guiñó disimuladamente un ojo.

- Esto es Denveris, una pequeña ciudad al Oeste del país. ¿Tampoco sabéis en qué país vivís?- dijo el camarero sarcásticamente.

-Claro, ¡qué tontería!- solté yo.

Seguimos comiendo mientras observaba que el camarero no nos quitaba ojo. Estaba claro que no fuimos demasiado convincentes.

Pagamos nuestra cuenta y nos dirigimos al hostal que nos recomendó. Estábamos agotados, aquel largo día llegaba a su fin.
Por suerte para nosotros, en el hostal había un mapa de la zona y descubrimos dónde estaba Denveris, efectivamente al Oeste del país. Lo que realmente nos dejó atónitos fue descubrir que la Comunidad no se encontraba en aquel mapa. No había ni rastro. ¿Qué narices significaba aquello?
No entendíamos  nada, no podía ser cierto que no existiera.
Después de divagar e intentar tranquilizarnos, Bryan decidió bajar a recepción a preguntar al encargado del hostal. Yo me quedé quieta en la cama, pensando en qué haríamos después de aquella noche.
Cuando  subió, su cara reflejaba confusión.

-El mapa está actualizado, no existe la Comunidad. El recepcionista me ha dicho que él es un hombre de mundo, que  domina varios idiomas…y que se ha recorrido en varias ocasiones el país de punta a punta. No ha oído hablar jamás de nuestra ciudad.

-¿Lo dices en serio?

-Si hubieras visto su cara cuando le preguntaba, parecía que era lo más extraño que nadie le hubiera preguntado nunca.

-¿Y si estaba mintiendo, Bryan?- No hay que sacar conclusiones precipitadas.

-Ya, pero el caso es que el mapa es actual y donde hemos pasado toda nuestra vida parece ser un lugar inventado. Esto no tiene sentido…
Además, tan sólo hemos recorrido a pie unos cinco kilómetros, no puede ser que estando tan cerca la desconozcan…¿no crees?

Tenía razón, por más vueltas que le diéramos, descubrir de pronto que nuestros orígenes eran tan inciertos, nos hacía sentirnos muy insignificantes.
Siempre habíamos tenido claros unos principios inculcados desde pequeños, el lugar donde crecimos parecía una especie de fortaleza, con un organigrama y una forma de sociedad muy clara y estable. Y de pronto, al poco tiempo de decidir abandonarla, parece ser que nadie más conoce el lugar. O peor aún, que ni siquiera existe.

Necesitábamos dormir, habíamos acumulado mucho cansancio, muchas emociones y no teníamos fuerzas para digerirlas.
Después de un baño relajante, todo se veía de otra manera. A los pocos segundos de tumbarme junto a Bryan, mis párpados empezaron a pesar demasiado, el sueño se apoderó de mí.
Después de ocho horas seguidas de sueño reparador, el sol se abría paso a través de las cortinas, sería un día caluroso.
Decidimos desayunar en el hostal y seguir nuestro camino. Cogimos el mapa para decidir cuál sería nuestro siguiente destino, pero lo ocurrido el día anterior no dejaría de martillearnos en la cabeza durante mucho tiempo, nos sentíamos obligados a encontrar una explicación.
Un poco más a las afueras de Denveris, aparecía en el mapa una localidad que nos llamó la atención por su nombre: Lagoblue. Tenía costa y estaría a unos veinte kilómetros. Probablemente no haríamos todo el camino en un día, pero tampoco teníamos prisa. Ninguna.
Lo que nos extrañó es que en todos los sitios que parábamos para tomar un café o ir al baño, se hablaba nuestro idioma y se utilizaba nuestra moneda. Eso significaba que al menos los gobernantes tendrían información sobre el idioma y la moneda del país…Si fuéramos una localidad con identidad propia o desconocida para los demás, tendríamos un lenguaje propio…no parábamos de  elucubrar sobre el tema.
Fue nuestra distracción del día, ésa y preguntar a todos los que nos encontrábamos por el camino si conocían un lugar un poco más al noroeste del país llamado la Comunidad. Siempre obteníamos la misma respuesta.

Estaba casi anocheciendo y llevábamos casi todo el día caminando pero comprobándolo en el mapa sólo quedaban tres kilómetros para llegar a nuestro destino, así que decidimos hacer un último esfuerzo.
Después de casi dos horas más de camino y con la noche encima, un letrero inmenso en la parte derecha de la carretera nos indicaba que habíamos llegado a lo que sería muy pronto nuestro nuevo hogar. Poco más de un día a pie nos separaba de nuestro antiguo mundo que parecía haber desaparecido literalmente del mapa, pero para nosotros era toda una eternidad la que alejaba nuestro pasado de nuestro presente.

   En el letrero aparecía el dibujo de un gran lago y algunas casitas alineadas a su alrededor, parecía un lugar tranquilo.
Nos cogimos más fuerte de la mano, para andar juntos nuestros últimos pasos de otro día agotador y fuimos, lentamente, dejando detrás de nuestras espaldas el gran cartel. Lagoblue nos esperaba, y un cielo plagado de estrellas anunciaba nuestra llegada...

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