ESTRELLA FUGAZ

 

estrella fugaz




No sé qué me pasa últimamente. No paro de sentir emociones contradictorias a todas horas.
Han pasado cosas, siempre pasan cosas...

Pero esta vez me ha tocado vivir una experiencia que sé que jamás podré olvidar.
En otra ocasión hablaré más profundamente de esta vivencia, cuando mi cuerpo y mi mente la hayan asimilado. Cuando no se me ponga el vello de punta recordando cada instante. Cuando pueda recordarla sin que haga tanto daño y sin que me cause tanta confusión.
Aún no. NO estoy en ese punto todavía.

Ahora solo puedo dejarme llevar por lo que siento. Transitar todas las emociones que pasan por mi cuerpo como estrellas fugaces, sacudiéndome con fuerza con ráfagas de lágrimas, de ansiedad, de sorpresa y de rabia. Con ráfagas de incredulidad y de verdad mezcladas con olores nuevos para mí.

De pronto, como si no lo supiera desde siempre, me he dado cuenta de la fugacidad de la vida, de su fragilidad y levedad.

Somos levedad, como decía el gran Manolo García. Ahora comprendo enteramente todo el poder de esa frase, todo su significado, tan enorme como todo el universo. Tan aplastante como una losa sobre mí.


Precisamente por esa constancia de lo efímero, me siento tan frágil. Me da miedo no tener tiempo.
No tener tiempo de cerrar todos los círculos que todavía están abiertos.
No tener tiempo de terminar lo inacabado, ni de cumplir metas y sueños que siguen de momento inalcanzables, pero por los que siempre derramaré hasta mi última gota de sudor y de ilusión. Por los que lucharé hasta que me quede un último aliento. Porque merecen la pena, porque forman parte de mi.

Y porque me he dado cuenta de que solo en el camino ya hay un triunfo. Y en la misma derrota también, porque por el camino se aprenden cosas. Y con los fracasos también. Se aprende a crecer y a enfrentarte a la vida con otro color diferente. Empiezo a divagar. Eso me pasa mucho también estos últimos días. Divago...

Todos estos pensamientos me abordan y decido salir a la calle a respirar un poco de aire. Ya es noche cerrada, y una ligera brisa recorre mi cara y me hace sonreír.
Paseo hasta donde me llevan los pies. Termino en un parque rodeado de abetos y algunos matorrales y me siento en un banco a intentar calmar los latidos de mi corazón que quieren salirse por mi boca.

En ese mismo momento, miro al cielo, como queriendo escapar de mí misma. Y pasa una estrella fugaz, recordándome de nuevo la nimiedad de la vida y la ligereza de la belleza.

Me quedo reflexionando sobre eso y olvido pedir mi deseo.

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