EL DIVÁN INVISIBLE

 

El diván invisible


Salió de la consulta con una sonrisa.

Recordó el primer día que puso el pie en aquella casa, habilitada como consulta privada. Le temblaban las manos. Le sorprendió no encontrarse con un diván gigante donde poder tumbarse de espaldas, para no tener que mirar a la cara a la persona a la que iba a contarle sus miserias. 

Cosas, que ni sabía que estaban dentro de ella, pero que necesitaba sacar y encauzar hacia algún lugar. En las películas, los psicólogos siempre resultan extravagantes. Y daba por hecho que le incomodaría desde el principio. Pero se equivocó.

Se acomodó en aquel sofá marrón que de pronto le resultó gigante y a punto de engullirla. Miró de frente al desconocido y bebió un sorbo de un vaso de agua que estaba sobre la mesa.

Aquel hombre de mediana edad y nada atractivo, le hablaba con total honestidad y transparencia. Sin juzgar. Parecía entender todo lo que se fraguaba en su alma, parecía saber el origen de todos sus problemas. Y parecía leer en sus ojos. 

–Háblame de tu familia, de la relación con tus padres. 

Y a partir de ahí, fue descubriendo la inseguridad que acompañaba a sus actos, la aprobación que necesitaba para seguir avanzando. Entendió lo poco que se quería, y todo lo que estaba por cambiar. Consiguió algunas respuestas. 

Cuando terminó su última consulta, era otra mujer. Ya no se sentía rota, y llevaba una gran sonrisa tatuada en el rostro. 

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