SISTERS( III) FINAL




Me cuesta mucho definirme. Mis hermanas siempre me han dicho que ando en las nubes, que me iba a ir mal creyendo que las cosas suceden igual que en las películas de amor, que soy excesivamente cansina preocupándome por todo y por todos. La teatrera. 
En fin, qué puedo decir. Creo que no cambiaré a estas alturas, superando ya los cuarenta y tantos. Reconozco que sí, que soy así. Mucho más idealista que realista, más positiva que negativa, soñadora, con gran imaginación y culpable de dejarme llevar por las emociones. De perderme en mis sueños, esos sueños que recuerdo cada día cuando despierto. Soy culpable de pasar de puntillas por una realidad que me asusta, me cuesta poner los pies en el suelo. Me asusta ser consciente de crecer y hacerme mayor, tener verdaderas responsabilidades y envejecer. No el hecho en sí de ser vieja, sino el respeto y terror de dejar de valerme por mí misma, dejar de escribir e inventar historias. Me asusta que mis sueños se desvanezcan entre pastillas para poder dormir, que no encuentren el camino hasta mi mente. Odiaría dejar de tener recuerdos. Me agobia pasar por el mundo sin que nadie se acuerde de mí, sin haber hecho algo grande, sin dejar constancia de haber pasado por él, o al menos, sin haber vivido plenamente. 
Cosas así me dan pánico.
Y reconozco que soy cansina, sí. Que a veces me preocupo demasiado por todo, incluso por las cosas que realmente carecen de importancia, pero creo que eso es un defecto de fábrica que intento curar con la edad. Pero no estoy de acuerdo en una cosa, lo que CH.M, A.M. e I.M. definen como cansinismo para mí simplemente es ser cariñosa, necesito saber de ellas. O al menos, saber que están bien. Sus problemas los hago míos, porque deseo que sean felices. Y muchas veces yo no me siento completa si a ellas les preocupa algo. ¿Eso es cansinismo? ¿Es amor de hermana? Que lo llamen como quieran, me niego rotundamente a cambiar esa parte de mí. Aunque sé de sobra que no puedo tomar decisiones por ellas.


“…El salón de la casa de los abuelos no era muy grande pero estaba totalmente a oscuras. Después de la cena, se ha retirado la mesa y todos esperan apretados en el calor de los sofás. Estamos bastante nerviosas y con ganas de salir a nuestro particular escenario. La expectación se palpa en el ambiente. Escuchamos alguna tos, algún “que empiece ya, que el público se va…” y algunas risitas ahogadas. Desde el largo pasillo resuena una voz alta y firme: -¡Silencio todo el mundo! Señoras y señores, abróchense los cinturones que el espectáculo va a comenzar en breves instantes; e intentábamos acallar inútilmente a la familia. Dábamos al play de nuestro viejo radio cassette y comenzaba la función: una pequeña coreografía encabezaba nuestro show casi improvisado. Una contaba un chiste, otra hacía el tonto y otras bailaban o se metían con el primo más pequeño o con el abuelo. Todos reían y aplaudían con ganas, como si les fuera la vida en ello. Muchas veces la abuela se animaba y nos contaba historias de cuando era joven, de la gente del pueblo donde vivió gran parte de su vida. Y donde todos tenían un mote gracioso…”


Así pasábamos las Navidades en casa de los abuelos, toda la familia, hermanas, primos  y tíos. Esos momentos que no volverán pero que siempre estarán en un lugar importante de mi corazón, al igual que muchos otros de mi infancia y mi adolescencia. Momentos buenos y menos buenos, siempre al lado de mis hermanas. Hasta convertirnos en aquellos mayores con aquellos problemas que de pequeñas no entendíamos. Es inevitable añorar  alguna vez aquellos años sin preocupaciones reales, llenos de sueños.
 Mi objetivo a partir de ahora será no obsesionarme con el pasado sino intentar crear nuevos momentos en el futuro. Llamarnos por teléfono, preparar una merienda o cena en casa, un cine, lo que vaya surgiendo, sin agobios ni obligaciones. Incluso planear una salida al año las cuatro solas, con eso me conformo. Este año ya lo he conseguido, y por una noche nos olvidamos de las preocupaciones que nos mantienen siempre tan ocupadas y nos reímos, charlamos, bailamos y volvíamos a reír. El recuerdo de esa noche lo guardaré siempre conmigo.

A ellas les debo muchas cosas, y hasta parte de mí, porque me han ayudado a vivir y a ser mejor persona. Y simplemente porque las quiero y las necesitaré siempre en mi vida, pase lo que pase, estas líneas llenas de recuerdos y buenos deseos se las dedico plenamente a ellas.  Porque se merecen toda la felicidad del mundo. Con toda mi alma.

A mis tres hermanas.


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