TODO COMIENZA EN UNA MAÑANA GRIS.








TODO COMIENZA EN UNA MAÑANA GRIS. 

Mi paz, mi mundo perfecto creado desde hace casi diez meses, peligra sin remedio. Me acostumbré a ese silencio. A la oscuridad. A comer a través de aquel extraño y pegajoso conducto, a aquel líquido en el que nadaba. Cada día era un nuevo descubrimiento.
Me transformaba, todo en mí cambiaba a cada segundo de forma natural y sin dolor.
De pronto un día se desarrollaban en mi cuerpo unos deditos más allá de las manos. Primero se formó el brazo, luego el muñón, enano, casi ridículo.
Al día siguiente la mano tomaba forma y al otro los dedos. ¡Cuántos dedos! ¿Para qué necesitaría yo cinco dedos en cada mano?
Era algo que no dejaba de inquietarme mientras seguía comiendo, o durmiendo, o simplemente observando cómo cambiaba mi cuerpo. Cómo nunca terminaba de hacerse. Me pasaba todo el día flotando y eso me encantaba.
Y no sólo flotaba literalmente. También mentalmente. Mi cerebro estaba en constante funcionamiento, no descansaba. Se preguntaba quién sería yo y por qué estaba sola en aquel mini universo. ¿Sería la única persona viva de la humanidad?
Por aquel entonces tampoco es que tuviera un concepto muy preciso de lo que era la humanidad. Ni de la soledad.
En realidad no tenía claro ningún concepto sobre la vida ni sobre nada, pero algo me hacía intuir que no estaba sola.
Al menos no sola del todo.
De algún sitio tendría que provenir mi comida, alguien o “algo” se encargaría de suministrármela.
Quizás había más personas como yo. Sintiéndose raras y haciéndose miles de preguntas, encerradas en un espacio aislado.
Sí, estaba segura de que había muchos más en mi situación. Segura.
Esa mañana gris de la que hablaba al comienzo de estas líneas llega de pronto. Hacía bastantes días que no se me desarrollaba ningún órgano más, que no brotaban de mí nuevos miembros ni extensiones. La transformación parecía haber llegado a su fin. Cesaban los cambios. Al menos yo los dejé de percibir.
Dos ojos, una nariz, la boca. Dos orejas, una suave pelusilla encima de la cabeza. Dos brazos, manos y piernas. Dos pies, veinte dedos, diez en las manos y diez en los pies. Un tronco que comunicaba los brazos con las piernas y dos aberturas. Una en la parte trasera del cuerpo, bajo la espalda, formando dos zonas redondas e idénticas. Y otra mucho más pequeña en la parte delantera, bajo la tripa y entre las dos piernas.
¿Qué sentido tendrían?
Diez meses de vida no dan para más. Ya no había tiempo de hacerme más preguntas. Aquel espacio se me hacía muy pequeño y me costaba respirar. En ocasiones me ahogaba y flotar ya no era tan agradable. Más bien al contrario, se hacía pesado y difícil.
Mi perfecto mundo hecho a mi medida se deshacía ante mis ojos, mientras yo seguía creciendo. Creí morir. Quizás la edad media de un ser como yo era entre nueve y diez meses y el destino de cada persona era nacer y morir solo.
En eso no me equivocaba del todo.
Cuando mis esperanzas por sobrevivir se debilitaban, ocurrió algo que lo cambió todo de nuevo. La luz.
Apareció cegándome, en medio de mi mundo y de mi acostumbrada oscuridad.
Al principio era tenue, pero luego se hacía fuerte, intensa y atrayente. Algo me empujaba hacia ella. Y no sólo figuradamente. Mi cuerpo se arrastraba hacia aquella luz como hacia un imán, sin poder apenas controlarlo. Conseguí quitarme del cuello el conducto de la comida, se me había enrollado sin darme cuenta. Liberada, luché al principio contra la luz, porque estaba a gusto allí, no quería conocer otro universo.
Pero la fuerza era tan grande y aquel espacio se hacía tan pequeño…que si no salía de él no sabía si iba a poder sobrevivir allí durante mucho tiempo más. Así que decidí dejarme llevar y fui hacia la luz. No me resistí.
Lo que me encontré al otro lado es difícil resumirlo en unas líneas. Sólo diré que aquí fuera se sigue creciendo.
Han pasado treinta y seis años y la media de vida de una persona normal es de unos setenta y cinco años y no de diez meses como yo creía.
Si lo miro fríamente, puede que esté llegando a la mitad de mi vida, o puede que ya haya cruzado esa frontera, nunca se sabe. Nadie lo sabe.
Lo único que sé es que ahora me aferro a la vida, a lo que tengo aquí fuera tanto o más como lo hice en su día a mi pequeño mundo.
Porque lo que importa es cada instante, el presente, es realmente lo único que existe. El pasado es sólo un recuerdo y el futuro un sueño por cumplir…

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